Qatar se suma a las presiones para expulsar a Israel de las competiciones de la UEFA

La UEFA, aunque con poder para tomar una decisión en su Comité Ejecutivo, necesita la ratificación de la FIFA para la eventual exclusión de Israel.

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La UEFA se enfrenta a una de sus decisiones más complejas y políticamente cargadas en la historia reciente. El Estado de Qatar ha intensificado su presión sobre el organismo rector del fútbol europeo con un objetivo claro: la exclusión de Israel de todas las competiciones de clubes y de selecciones.

Esta movida, que va más allá de un simple conflicto deportivo, surge en el contexto de una escalada de tensión diplomática. Aunque la UEFA aún no ha emitido una decisión oficial, las negociaciones están en curso y el debate ha puesto al descubierto la fragilidad del deporte como entidad apolítica.

Una de las figuras centrales en estas gestiones es Nasser Al-Khelaifi, presidente del Paris Saint-Germain, figura política qatarí y, crucialmente, líder de la Asociación Europea de Clubes (ECA). Su influencia dentro de la estructura del fútbol continental es un factor clave en la presión ejercida.

A esto se suma el poder financiero de Qatar, que es uno de los principales patrocinadores de la UEFA a través de lucrativos acuerdos por derechos de televisión y de patrocinio. Esta combinación de poder político y económico le confiere a Qatar un grado de influencia institucional que difícilmente puede ser ignorado por el organismo europeo.

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En el campo de juego, el club israelí más destacado actualmente en competiciones europeas es el Maccabi Tel Aviv, que participa en la Europa League. Su próximo rival sería el PAOK de Salónica, un partido que podría verse afectado de manera inmediata si la medida de exclusión prospera.

Estos encuentros, con el telón de fondo de la polaridad política, tienen un componente simbólico que trasciende el resultado deportivo, proyectando las tensiones de la geopolítica directamente en el césped. La situación también genera un debate sobre la legitimidad de los organismos deportivos y su capacidad para resistir presiones de estados con agendas políticas específicas.

El rol de la FIFA y las repercusiones de una decisión histórica

La UEFA, aunque con poder para tomar una decisión en su Comité Ejecutivo, necesita la ratificación de la FIFA para que la eventual exclusión de Israel sea efectiva en todas las instancias del fútbol internacional. La FIFA, por el momento, se muestra más cauta.

Su postura no parece inclinarse hacia una exclusión, consciente de las posibles repercusiones globales. Una decisión de este calibre podría tener un impacto de gran calado, no solo en el reordenamiento de grupos y partidos en competiciones de clubes y selecciones, sino también en el ámbito político.

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La exclusión de un país por motivos políticos podría intensificar tensiones diplomáticas, generar sanciones o reacciones internacionales, y cuestionar el papel de la FIFA y la UEFA como entidades neutrales. Un caso de comparación es el de Rusia, que fue excluida de todas las competiciones de fútbol tras la invasión de Ucrania.

Sin embargo, en ese caso, la decisión se tomó de forma más concertada entre múltiples organismos deportivos y en respuesta a un conflicto bélico de gran escala. En el caso de Israel, la situación es distinta, lo que subraya la singularidad y la complejidad de la presión qatarí. Una curiosidad en este contexto es cómo la diplomacia deportiva se ha vuelto una herramienta clave para las potencias globales, que utilizan los eventos deportivos para proyectar su poder e influir en la percepción pública.

Los clubes, entre la política y el deporte

Las tensiones geopolíticas no solo afectan a las federaciones y a los equipos nacionales, sino también a los clubes. El Manchester City, propiedad de un grupo inversor de Abu Dabi, los Emiratos Árabes Unidos, y el Paris Saint-Germain de Qatar, son ejemplos de cómo la propiedad de los clubes está ligada a los intereses geopolíticos.

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Aunque no hay evidencia de que estos clubes estén involucrados directamente en la presión contra Israel, la influencia de sus propietarios a nivel de gobierno y de negocio es innegable. Esto crea un dilema para la UEFA, que debe equilibrar sus relaciones con sus patrocinadores y el compromiso de mantener el deporte libre de la política, una promesa que ahora parece más frágil que nunca.