Durante el primer semestre de 2025, Colombia importó 6,38 millones de toneladas de cereales, leguminosas y soya, principalmente desde Estados Unidos, Canadá y Argentina, de acuerdo con el más reciente informe de la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales, Leguminosas y Soya (Fenalce).
De ese total, los cereales representaron el 75 % de las importaciones (4,79 millones de toneladas), seguidos por la soya con el 23 % (1,47 millones) y las leguminosas con el 2 % (111.648 toneladas).
El comportamiento de estos productos sugiere que a cierre de 2025 el país podría igualar —o incluso superar— las cifras de importación de 2024, manteniendo su dependencia de mercados internacionales para cubrir la demanda de alimentos e insumos industriales.
El informe de Fenalce revela que el maíz amarillo continúa siendo el principal cereal importado en Colombia, con 3,44 millones de toneladas en el primer semestre del año. Esto equivale al 53 % del total importado en 2024, lo que indica que el país podría cerrar el año muy cerca de los volúmenes del periodo anterior.
En el caso del maíz blanco, las importaciones alcanzaron el 47 % del total del año pasado, mientras que la cebada importada representa ya el 41 % del volumen de 2024. Por su parte, el trigo, con 998.328 toneladas, equivale al 52 % del total registrado el año pasado.
Estos datos, según Fenalce, evidencian que Colombia mantiene una fuerte dependencia del mercado internacional para garantizar el suministro de granos básicos, pese al potencial agrícola del país.
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“Los niveles de importación muestran que no contamos con una política clara que permita a los sectores de cereales, leguminosas y soya ser competitivos y sostenibles para alcanzar la tan anhelada soberanía alimentaria”, afirmó Arnulfo Trujillo Díaz, gerente general de Fenalce.
Leguminosas y soya: así está el panorama
El informe también muestra una realidad contrastante en el segmento de las leguminosas. Productos como lenteja (67.720 toneladas) y garbanzo dependen en un 100 % de las importaciones, debido a que no se producen en Colombia para el consumo interno.
En el caso de la arveja, las compras externas de los primeros seis meses ya representan el 78 % del total importado en 2024, lo que indica un aumento en la demanda. En contraste, las importaciones de fríjol apenas alcanzan el 38 % del total del año pasado, mostrando una leve desaceleración frente a otros granos.
Según Trujillo Díaz, este panorama refuerza la necesidad de fortalecer la producción interna mediante prácticas más eficientes, como la rotación de cultivos, el manejo adecuado de plagas y malezas, y la optimización de nutrientes del suelo, para reducir la vulnerabilidad del país frente a los mercados externos.
En el segmento de la soya, el comportamiento también refleja un incremento significativo en las importaciones. Solo entre enero y junio, la torta de soya —utilizada principalmente como insumo para alimento animal— sumó 941.823 toneladas, equivalentes al 55 % del total de 2024.
El aceite de soya y la soya en grano registran avances aún mayores: 61 % y 73 % del total del año pasado, respectivamente. Esto sugiere una mayor demanda del sector agroindustrial, especialmente en la producción de alimentos y biocombustibles.
Fenalce advierte que, de mantenerse esta tendencia, a finales de 2025 Colombia podría igualar las cifras históricas de importación del año anterior, lo que mantiene al país altamente expuesto a la volatilidad de los precios internacionales y a las condiciones logísticas globales.
“Colombia tiene potencial, pero necesita una política agrícola moderna”
El gerente general de Fenalce enfatizó que la solución no pasa únicamente por aumentar las áreas de siembra, sino por mejorar la productividad y competitividad del campo colombiano.
“Conocemos el potencial productivo del país y sabemos que, con los esfuerzos necesarios, podemos dar un giro positivo a mediano y largo plazo, que nos permita depender menos de las importaciones y ser autosuficientes en alimentos”, señaló Trujillo.
La federación aseguró que está acompañando a los productores en procesos de capacitación y adopción tecnológica que favorezcan la rentabilidad y la sostenibilidad, contribuyendo así a la seguridad alimentaria y la economía nacional.