Tirar un +4, robar turno o cambiar el color… solo imaginarlo activa la adrenalina. Ese es el efecto que suele tener jugar UNO, el juego de cartas que enfrenta familias y amigos, y los une a su paso.
Sin embargo, antes de convertirse en el protagonista de reuniones y vacaciones, UNO tuvo un inicio tan modesto como inesperado. Esta es la historia de un fenómeno cultural que, literalmente, llegó para cambiar las reglas.
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Cambiando el juego
El origen del ‘señor de los colores’ se remonta a 1971, cuando el barbero Merle Robbins tuvo la idea de desarrollar una variante del clásico juego de cartas Ocho locos. Robbins era partidario de las noches familiares de juegos, por lo que optó por construir un conjunto de reglas fáciles de recordar.
Una vez que el nuevo mazo tomó forma, Robbins y su esposa Marie entendieron que tenían un pequeño tesoro entre manos. Al principio, las barajas se vendían en su barbería por US$3 la caja, y con la creciente popularidad local, se animaron a redoblar la apuesta.
La familia invirtió US$8.000 de sus ahorros para producir 5.000 copias, que se agotaron rápidamente gracias al boca a boca en su comunidad. La promoción del juego también se vio impulsada por un amigo cercano que repartía los juegos en ferias y convenciones.
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Popularidad ‘sin techo’
En 1981, Robbins vendió los derechos de UNO a un grupo de inversores, liderado por Robert Tezak, propietario de International Games Inc. Tezak trabajó por darle una mayor distribución, tanto así que a finales de los 80 la marca de cartas llegó a ser promotor de algunos vehículos en carreras de Nascar.
Para 1992, el ‘rompe-amistades favorito’ ya había conquistado los Estados Unidos. Su salto internacional se dio gracias a la adquisición de Games Inc. por parte de la empresa de juguetes Mattel.
Por aquel entonces ya se imprimía en 18 idiomas y se vendía en más de 30 países. La juguetera también le dio otro empujón al introducir al mercado variaciones que cambian ligeramente la dinámica del juego para hacerlo más disfrutable.
Se estima que a lo largo del mundo se han vendido más de 150 millones de copias y que existen cerca de 100 versiones del mazo.
Hoy, aquel juego que nació en la trastienda de una barbería sigue provocando discusiones, risas y pequeñas venganzas sobre la mesa. Más de medio siglo después, UNO no solo mantiene su espíritu rebelde, sino que se renueva con cada generación que lo adopta.
Así es el legado del ‘señor de los colores’: un caos multicolor que, generación tras generación, sigue siendo imposible de resistir.




