Solo dos años después de ser destituido como líder del PSOE y regresar como vencedor de sus segundas primarias, Pedro Sánchez ha ganado las elecciones con mayor claridad de la esperada.
Incluso rozó el resultado soñado: sumar una mayoría sin necesidad de contar con los independentistas catalanes. Se quedó a uno.
El presidente tiene ahora una posición política muy cómoda, con la oposición muy debilitada por el hundimiento sin paliativos del PP, al que casi dobla en escaños.
Sánchez se quedó a un escaño de sumar la absoluta con Unidas Podemos, el PNV y algún otro grupo pequeño.
En cualquier caso, bastaría con una abstención de ERC para que Sánchez fuera investido presidente en segunda votación. El PSOE tendrá mayoría absoluta en el Senado, otra fortaleza más.
Con el 99,99% escrutado, el PSOE obtenía 123 escaños (28,70%) y Unidas Podemos 42. Mientras, el PP se quedaba en 66 escaños (16,68%), un desplome sin paliativos desde los 135 que obtuvo en 2016; Ciudadanos subía a 57 (15,84%) y Vox entraba en el Congreso con 24 (10,26%).
ERC obtendría 15 escaños, una importante subida, que le sitúa como ganador en Cataluña por primera vez, con los socialistas muy cerca, en segunda posición. Junts per Catalunya caía a siete y el PNV subía a seis. Bildu dobló sus números anteriores y logró cuatro escaños.
Con este resultado, demoledor para una derecha fraccionada en tres, el PSOE es el único que tiene en su mano construir una mayoría para formar Gobierno. El éxito de Ciudadanos, que estuvo muy cerca de arrebatar el liderazgo de la derecha al PP, le permitiría sumar la mayoría absoluta con los socialistas, pero el propio Rivera descartó esa posibilidad, lo que le condena a quedarse en la oposición.
Si había alguna opción, los militantes del PSOE se encargaron de complicarla. “¡Con Rivera no! ¡con Rivera no!”, le gritaban eufóricos a Sánchez en la calle Ferraz. “Creo que ha quedado bastante claro, ¿no?”, les contestó él, sonriente. “Los españoles quieren claramente que el PSOE gobierne y lidere el país”, clamó. “No es no”, respondieron sus seguidores recordando su lema cuando se negó a apoyar la investidura de Mariano Rajoy y fue destituido.
En la batalla de los dos bloques que marcó las elecciones, la izquierda ganó con claridad: el PSOE y Podemos han sumado 18 escaños más que PP, Cs y Vox.
La noche desastrosa del bloque de la derecha forzará a una recomposición interna y deja muy tocado a Pablo Casado, que ha tenido el peor resultado de la historia del PP en su primer intento, muy por debajo de la más catastrófica de sus previsiones.
Nueve meses después de alcanzar el liderazgo del PP, el popular es el que peor parado sale de las elecciones y sufrirá mucho para resistir la marea interna ante este desplome. La estrategia de derechización del partido ha sido desastrosa, porque ha perdido votos por el centro a manos de Ciudadanos, pero también de forma masiva por la derecha a manos de Vox.
Sin admitir preguntas, algo inédito en él, Casado dijo que era «un muy mal resultado», pero responsabilizó a la «fragmentación del voto» y parece dispuesto a seguir al frente del partido. El PP tratará ahora de frenar el hundimiento ante las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo, pero Alberto Núñez Feijóo, la eterna alternativa que apuesta por una línea menos derechista, se encargó de recordar anoche que en Galicia sí se ha frenado a Vox y a Ciudadanos.
La extrema derecha de Santiago Abascal, gran protagonista de la campaña, entra de forma contundente en el Congreso, con 24 parlamentarios, pero no será decisiva para formar Gobierno y se ha quedado muy lejos de las mejores previsiones que le auguraban algunas encuestas.
Serán quintos y con poca capacidad de influencia. España pierde pues la excepcionalidad de ser el único gran país europeo sin presencia de un partido fuerte de extrema derecha en el Parlamento, aunque la mantiene lejos del poder, al contrario de lo que sucede en Italia.
El PSOE ha logrado un resultado más bajo del que le auguraban las encuestas hace unas semanas, pero el hundimiento del PP ha hecho olvidar rápidamente esa amargura y la noche se transformó en una fiesta para los socialistas y en un funeral para los populares, con la calle Génova completamente vacía.