La Fórmula 1 entró en tensión antes de que los monoplazas de 2026 salgan a la pista. Ferrari, Honda y Audi presentaron una queja ante la FIA por el desarrollo de los motores de Mercedes y Red Bull, a los que señalan de aprovechar una zona gris del nuevo reglamento técnico.
El foco está puesto en las unidades de potencia que debutarán el próximo año, diseñadas bajo normas más estrictas de eficiencia, sostenibilidad y control de costos. Mercedes y Red Bull habrían encontrado una forma de obtener ventaja mediante la expansión térmica de componentes internos del motor, lo que alteraría la relación de compresión real cuando el propulsor funciona en carrera.
La denuncia escaló rápidamente porque el posible beneficio no es menor. Fuentes técnicas citadas por la prensa europea estiman una ganancia cercana a 15 caballos de fuerza, lo que podría traducirse en hasta tres décimas por vuelta. En un calendario de 24 carreras, esa diferencia puede definir posiciones en el campeonato, premios económicos y contratos comerciales.
El debate ya llegó a la Federación Internacional del Automóvil. El organismo confirmó que el tema está bajo revisión y que mantiene reuniones técnicas con los fabricantes para aclarar el alcance del reglamento, en un contexto donde los motores ya están prácticamente homologados y el margen de reacción es limitado antes del arranque del campeonato en marzo de 2026.

El motor como ventaja financiera en la temporada 2026
El reglamento técnico de 2026 redujo la relación de compresión máxima de los motores de 18:1 a 16:1, con el objetivo de limitar la potencia y mejorar la eficiencia. Sin embargo, la medición se realiza en condiciones estáticas y a temperatura ambiente. Ahí aparece el punto de fricción: algunos componentes se expanden cuando el motor está caliente, lo que elevaría la compresión real durante la competencia.
Si la FIA permite esa interpretación, el efecto económico sería inmediato. Mercedes suministrará motores en 2026 a Mercedes, McLaren, Williams y Alpine, mientras que Red Bull hará lo propio con Red Bull y Racing Bulls. Una ventaja técnica inicial se traduciría en más puntos, mejores posiciones en el campeonato y mayores premios, que se reparten según el rendimiento deportivo.
En 2025, la Fórmula 1 distribuyó más de US$1.200 millones entre los equipos, de acuerdo con el Acuerdo de la Concordia. Una diferencia de apenas un par de puestos en la tabla final puede significar decenas de millones de dólares entre ingresos por premios y bonos comerciales.
Para fabricantes como Audi, que debutará oficialmente en 2026 tras una inversión superior a US$500 millones en infraestructura y desarrollo, arrancar el ciclo con desventaja técnica tendría un costo financiero difícil de revertir. Lo mismo aplica para Honda, que regresa como proveedor principal, y para Ferrari, cuyo modelo de negocio depende en gran parte de la competitividad deportiva.
¿Riesgo de sobrecostos y desequilibrio competitivo?
El problema no es solo quién tiene ventaja, sino cuánto cuesta perderla. Si la FIA decide cerrar el vacío reglamentario, los equipos afectados podrían verse obligados a rediseñar piezas clave en un plazo muy corto. Eso implicaría gastos adicionales en un contexto donde el control presupuestario es central para la sostenibilidad del campeonato.

Modificar motores ya homologados supone costos logísticos, técnicos y operativos que pueden superar varios millones de dólares por fabricante, sin garantía de recuperar rendimiento. Para equipos clientes como Alpine o Williams, el golpe sería doble: pagar por un motor corregido y perder competitividad en pista.
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Además, ya existen antecedentes: en 2014, cuando Mercedes interpretó mejor el reglamento híbrido, dominó la F1 durante varias temporadas. Ese ciclo coincidió con un crecimiento fuerte de ingresos comerciales y patrocinio para la marca alemana. Hoy, once años después, el temor de sus rivales es repetir ese escenario desde el primer año del nuevo reglamento.




