Editorial | Mi primer viaje a Venezuela: pude ver el futuro (primera parte)

Durante años recientes, las noticias que vienen de Venezuela son, principalmente, negativas. Sobre todo, las noticias políticas y económicas.

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Editorial | Mi primer viaje a Venezuela: pude ver el futuro (primera parte). Foto: BlackBeast - Wikipedia - Creative Commons 3.0
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*Serie de columnas editoriales escrita por Rodrigo Torres, director de Valora Analitik

En este editorial les voy a contar mi percepción sobre la realidad política, económica y empresarial que vive la ciudad de Caracas, capital de Venezuela, tras mi primer viaje allí. Hablé con empresarios, líderes gremiales y conocí de primera mano la historia de desplome económico y de similitudes que encontré frente a situaciones que ahora están pasando en Colombia.

Editorial
Durante años recientes, las noticias que vienen de Venezuela son, principalmente, negativas. Sobre todo, las noticias que hablan sobre aspectos políticos y económicos.

La noticia más impactante, sin duda, fue la migración de alrededor de 7 millones de venezolanos que sintieron de frente el colapso económico y vieron cómo el país pasó de ser el más rico de la región por sus recursos petroleros a tener una de las tasas de pobreza más alta sin poder aprovechar la inmensa riqueza natural.

Los titulares de la prensa internacional llamaban a la cautela sobre viajar al país vecino de Colombia por factores como la constante inseguridad, la fuerte devaluación del bolívar y el espiral inflacionario infinito.

Cientos de negocios se vieron obligados a cerrar sus puertas. Miles de empleos se perdieron. Millones de personas rompieron la línea que define la pobreza monetaria, mientras que la pobreza externa se disparó. Por eso se fueron, porque su propio país no les garantizaba una vida digna, un confort económico básico. Todo eso a pesar de tener unas de las reservas petroleras más grandes del mundo.

Un detallado artículo de los colegas de La Silla Vacía mostró cómo fue que Venezuela pasó de tener unos índices de pobreza monetaria y de pobreza extrema relativamente bajos en la región para convertirse luego en el peor ejemplo latinoamericano.

La pobreza monetaria -esa que mide si una persona consigue el dinero suficiente para comprar una canasta básica de alimentos, servicios y otros bienes mínimos vitales- era de apenas 33 % en el año 2007, pero rápidamente se deterioró hasta tomarse la vida del 93 % de los venezolanos en 2018.

Y ni qué decir de los afectados por la pobreza extrema -que se define como los que no tienen dinero para comprar una canasta básica de alimentos-. Esos ciudadanos de Venezuela en pobreza extrema pasaron de ser el 25 % al 76 % entre 2014 y 2018.

Datos de pobreza y pobreza extrema en Venezuela 1990-2019
Datos de pobreza y pobreza extrema en Venezuela 1990-2019

No quiero aburrirlos con tantos números porque me interesa contar la historia vivida. Al revisar datos de La Silla Vacía y de Statista se ve que Venezuela tenía un PIB per cápita (o sea el ingreso total por persona) que duplicaba al de Colombia en los años 2012-2013.

En ese momento era de US$12.000, mientras que Colombia apenas alcanzó los US$6.000 en el 2022. De esa magnitud era la riqueza en Venezuela, un país que ahora, al cierre de 2023, tenía un PIB per cápita de apenas US$3.500.

Es decir, el ingreso per cápita de los venezolanos se redujo cuatro veces, en tanto la pobreza golpeó casi al 100 % de la población.

PIB per cápita de Venezuela entre 1985 y 2024
PIB per cápita de Venezuela entre 1985 y 2024

Como si fuera poco tener una política económica que no generaba empleo y equidad, en el año 2014 vino el desplome de los precios internacionales del petróleo y entre 2017 y 2019 se agravaron las sanciones económicas desde Estados Unidos hacia el petróleo, el Gobierno y cualquiera que estuviera relacionado con Venezuela.

Ciertamente, las sanciones empeoraron la situación de los ciudadanos venezolanos, pero ya la economía venía en una espiral descendente difícil de frenar.

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Esa caída del precio del petróleo está directamente relacionada con el fuerte descenso de los ingresos por persona, a lo cual se sumó la brutal escalada de la inflación y la devaluación constante de la moneda local: el bolívar.

La inflación alcanzó a subir hasta 63.000 % entre 2017 y 2019, según datos del FMI. Sí, leyeron bien, los precios a la gente escalaron 63.000 % después de haber estado en 16 % en el año 2000 cuando inició la era de Gobierno del fallecido presidente Hugo Chávez: comenzaba la historia del chavismo venezolano.

Los cálculos del FMI indican que la inflación en el año 2023 fue del 359 % que, aunque es obviamente mucho menor que el 63.000 % de hace un par de años, representa que los precios cada año casi que se triplican.

Para ponerlo en magnitudes que se entiendan mejor: con la inflación del año pasado, el precio de un pan en Venezuela pudo pasar de $500 pesos colombianos a $1.795 pesos colombianos entre un año y el siguiente.

Mi primer viaje a Caracas: pude ver el futuro

“Hola Rodrigo, vamos a hacer el lanzamiento oficial de nuestro primer vuelo a entre Bogotá y Caracas, queremos que seas parte del grupo que abordará ese avión el 31 de enero”.

Ese fue el mensaje que me llegó de parte del equipo de Avianca en Bogotá.

No supe qué sensación pasó por mi cabeza. Era una mezcla de miedo, expectativa, ansiedad, alegría. Pero, sobre todo, sentí la oportunidad de ir a conocer de frente la realidad de Venezuela y descubrir si todo lo que llegaba por las noticias era real o exagerado.

Como dije al comienzo, se hizo general la idea de que todo está colapsado, de que el país se cae a pedazos y que la vida es miserable. Esa visión estaría por cambiar de alguna manera.

Viaje a Venezuela

Bajarme del avión: el miedo

La Guardia Venezolana es posiblemente uno de los cuerpos militares más temidos de la región. Las historias sobre su radicalidad y su vinculación con cada aspecto de la vida nacional le generaron esa fama.

Al llegar al aeropuerto de Maiquetía (que sirve a la ciudad de Caracas) se siente algo de tensión en la zona de migración, en especial cuando las filas son eternas y terminan en una cabina completamente hermética en la que no se sabe qué clase de atención se recibirá.

En mi caso, una amable líder bancaria y un generoso colega periodista colombiano fueron compañía en las 2 horas que tomó llegar a la temida ventanilla.

“¿A qué viene a Venezuela?, ¿A qué se dedica?”, dijo una voz ronca detrás del vidrio de alta seguridad y cuya cara nunca pude ver. Soy periodista colombiano, vengo invitado por Avianca en su primer vuelo comercial entre Bogotá y Caracas. Después de 2 segundos eternos, la voz detrás del vidrio me anunció que era bienvenido muy a su manera. Primer miedo superado.

Lo que sí evidencia la incipiente reactivación de la industria aeronáutica de Venezuela es que el aeropuerto de Maiquetía obliga a los visitantes y nacionales a llenar a mano eternos formularios en los que, incluso, hay que detallar cuánta ropa -hasta ropa interior- viene en la maleta y cuánto calculo que puede ser su valor.

Sumado a eso, no se puede hacer check in por la página web de las aerolíneas, es necesario hacer una fila que supera las dos horas solo para el chequeo en el counter, más el doble filtro­ de seguridad y la fila en migración.

Una total insensatez en un mundo en el que todo se hace digitalmente y casi en ningún aeropuerto del mundo volvieron a pedir esos formularios que solo sirven para botar dinero y acumular basura.

Caracas, cerca de la playa y la montaña

La ciudad de Caracas tiene varias características únicas. Está apenas a 30 minutos de la playa lo que facilita aprovechar los días soleados y, al mismo tiempo, está rodeada al norte por el famoso cerro El Ávila.

Al contemplar ese cerro no pude evitar hacer la comparación con los famosos cerros orientales de mi adorada Bogotá. En eso y en muchas otras cosas ambas ciudades se parecen mucho.

Saliendo del aeropuerto nos esperaba el típico conductor de transporte privado que sabe que vive del turismo y se esfuerza por ser buen anfitrión y por contar las cosas buenas y no tan buenas de su país.

Al dejar la terminal aérea de Maiquetía empieza el ascenso hacia Caracas, que en épocas normales no supera los 30 minutos. Ese trayecto se parece mucho a la ruta entre el aeropuerto de Rionegro y la ciudad de Medellín. Hay que pasar por largos túneles, viaductos y amplias vías. También se ven barrios marginales de casas que se aferran a la montaña con todas sus fuerzas.

Lo primero que me llamó la atención. Las vías no estaban destruidas. Uno llega con la idea de que es una zona de guerra en la que todo está echado a perder. Pero no, algunas de las vías están incluso en mejor estado que varias de las calles principales de Bogotá.

Esas carreteras no siempre estuvieron así. Nuestro amable conductor nos advierte que hace unos 10 años uno de los viaductos más importantes se derrumbó y la reconstrucción tomó otros años más. Más allá de eso, la vía que comunica a Maiquetía con Caracas fluye sin novedad.

Y una vez llegamos a la ciudad capital de Venezuela, empezó el escaneo por parte mía.

Niños descalzos en los semáforos

Es una escena que se ve todos los días en Bogotá, mi ciudad. Niños y jóvenes haciendo piruetas en los semáforos para limpiar los parabrisas de los carros a cambio de alguna moneda.

Pero, en Caracas vi una escena que no es el pan de cada día en Bogotá. Una manada de muchachos que no superaban los 15 años estaba limpiando vidrios en un semáforo con apenas una pantaloneta encima, sin zapatos, sin camisa, obviamente despeinados y seguramente sin bañar.

No voy a decir que me sorprendió del todo, porque esa escena de niños descalzos se ve muy seguido cuando se visitan pueblos pobres en Colombia, sobre todo en la costa Caribe donde el calor es sofocante. Lo que me sorprendió es que ese fenómeno de pobreza todavía está pasando en la ciudad capital de un país que fue la capital de mayor crecimiento regional hace 30 años.

Nuestro conductor me dice: “Yo les doy algunos bolívares siempre que paso por acá, esos bolívares no valen nada, pero seguramente algo podrán hacer con ellos”.

Ahí entendí en parte la magnitud de la crisis que vivió Venezuela y de la que hoy intenta levantarse.

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Sin petróleo empezó la caída

En las décadas de los 80 y 90s, Venezuela era la envidia de América Latina. Tenía un alto poder adquisitivo, millones de barriles en reservas petroleras, constante flujo de divisas, crecimiento económico sólido y se daba el lujo de recibir a millones de migrantes -entre ellos muchos colombianos- que buscaban una mejor calidad de vida.

Pero, por debajo, en las sombras, algo se estaba cocinando. Los millonarios ingresos petroleros no estaban llegando a toda la población que percibía como inequitativa esa riqueza lejana.

La corrupción y la mala distribución de los recursos fueron generando un caldo de cultivo que fue aprovechado por los líderes del pensamiento socialista, entre los que se encontraba el hoy mártir famoso y entonces todo poderoso, Hugo Chávez.

En una historia de ires y venires, con golpe de Estado incluido, Chávez logró ser presidente basado en el discurso de un socialismo necesario para reducir las brechas y generar una igualdad que no se percibía desde todos los sectores. Lo que pocos sospechaban era que la igualdad para todos significaría unos años después que habría pobreza por igual para todos y que la riqueza sería aprovechada apenas por una inmensa minoría.

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El Gobierno venezolano, al mando de Chávez, empezó en el año 2009 por nacionalizar todos los negocios relacionados con la industria petrolera quitándoles a empresas -especialmente de Estados Unidos- un negocio que habían tenido por décadas y que llevó a ese país suramericano a producir más de 3 millones de barriles de crudo por día con la consecuente riqueza de la que ya hablé y que se quedó en manos de unos pocos.

Hoy la producción petrolera escasamente llega a los 700.000 barriles diarios. Incluso Colombia, sin ser un país petrolero, produce más crudo.

En 2023 la industria colombiana produjo 778.000 barriles diarios de petróleo y fue el sector -junto con minería- que más inversión extranjera recibió con US$10.354 millones, según datos del Banco de la República.

La nacionalización de la industria petrolera le significó al Gobierno asumir un reto inmenso que no tenía la capacidad de sobrellevar y que se vería agravado con las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y sus aliados con quienes Chávez empezó a tener una relación precaria.

Hubo muchos hechos famosos de Hugo Chávez que dieron cuenta de las malas relaciones. Frases como “huele a azufre” al advertir la presencia del entonces presidente estadounidense George W. Bush, o frases como “Alca, al carajo” para declarar la no participación de Venezuela en lo que en ese momento intentaba ser el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (Alca).

Con ese escenario, Venezuela empezó a perder capacidad de producción petrolera porque, además de su ineficiencia operativa y administrativa, la mitad del mundo no podía comprar su crudo. Entonces, empezó un proceso de caída tipo dominó que dejó a la economía a merced de un proceso de inflación, devaluación, control de precios y pérdida de empleos por miles.

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Venezuela
Bandera de Venezuela. FOTO: Pixabay

Políticas y discursos antiempresarios

Pero en realidad, debajo de la crisis petrolera, al interior de Venezuela empezó a vivirse un proceso basado en un discurso antiempresario. En ese discurso, tanto la propiedad privada como el empresario fueron tachados, entre muchas otras cosas, como el origen del problema de inequidad y corrupción.

Sería yo muy miope si me atreviera a negar, así como pasa en Colombia, que cuando hay corrupción en el sector público es porque existe una relación con alguien del sector privado que está dispuesto a pagar coimas por acceder a un contrato o a algún beneficio.

Estuve reunido con varios empresarios y líderes gremiales en Caracas durante mis días de estancia en Venezuela. Sin darse cuenta, todos ellos me dejaron el mismo mensaje: te estamos contando todo esto porque venimos del futuro a decirte lo que vemos que está empezando a pasar ahora en Colombia.

No es un secreto para nadie y, mucho menos para los empresarios, que el Gobierno de Chávez veía a los empresarios como sus enemigos bajo el discurso de que eran quienes se quedaban con los recursos que generaba la economía.

A mis lectores en Colombia les pregunto: ¿Se les hace conocido ese discurso? Hace apenas unas semanas, el ministro de Salud del Gobierno Petro, Guillermo Jaramillo, dijo en un evento público: “Mientras los bancos nos muestran las utilidades y el grupo GEA todos los días aumenta sus utilidades, la gente padece hambre en este territorio”.

Esa declaración del ministro del gabinete del presidente colombiano Gustavo Petro siembra un pésimo antecedente porque desconoce que bancos, empresas y entidades como el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA) generan millones de recursos que se irrigan a la economía, pagan billones en impuestos cada año y generan cientos de miles de empleos.

De cuando acá, que una empresa genere utilidades es un problema para el Gobierno en Colombia. Si es que las empresas están hechas para eso, para hacer negocios y generar ganancias. Emprender es la base de la economía y generar riqueza desde las empresas y desde el empleo es la forma clásica de crecimiento de las naciones.

Por ejemplo, Valora Analitik es la mejor muestra de emprendimiento y de generación de empleo. Pasó de ser una idea de dos socios fundadores, a ser un referente de información económica en Colombia y generar casi 50 empleos directos más todos los indirectos que nuestra operación irradia en ciudades como Bogotá y Medellín. Miope es quien desconozca esa realidad.

La ejecución de la estrategia antiempresario

Me senté a conversar varias horas en Caracas con Luis Alberto Russián, presidente de la Cámara de Integración Económica Venezolano Colombiana (Cavecol) y con otros empresarios.

Russián es una biblia sobre la historia económica de Venezuela y de cómo se han dado los pasos que llevaron a la desmejora de los negocios en ese país.

Tanto él como los otros empresarios con los que hablé me dijeron que ese antecedente en Colombia que acabo de comentar les recordó la forma como, desde el Gobierno Chávez, se le empezó a quitar relevancia al sector empresarial y se le restó legitimidad al sector gremial.

Entre esos antecedentes que me revelaron los empresarios con los que hablé se hizo énfasis en que la ley del consumidor en Venezuela pasó a convertirse en la ley para castigar al empresariado pasando por mecanismos como la protección de precios que lo que hizo fue empeorar la espiral de inflación y afectar los márgenes de los negocios de esas empresas.

A ello se sumó que desde el alto Gobierno se instaló un discurso -que se fue generalizando- en contra del dueño de empresas quien empezó a ser multado, clausurado, a veces encarcelado y en otras, expropiado.

Una de las estrategias aplicadas para aniquilar el comercio entre Colombia y Venezuela fue frustrar los pagos entre empresarios, bloquear sistema como el Cadivi y provocar una pérdida de la confianza en ambos lados de la frontera.

No solo eso, Russián recordó que los permisos y las licencias para que empresarios venezolanos exportaran hacia Colombia eran negados sistemáticamente, lo que generó la desconfianza mutua porque se consideraba que el modelo económico colombiano no concordaba con el nuevo esquema socialista venezolano.

Y esa práctica fue más allá. Desde Venezuela se radicalizó la idea, según la cual, si Colombia entraba a negociar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos era porque se iba a afectar la exportación que salía de empresas venezolanas y, por ende, se afectarían los derechos humanos y laborales de los trabajadores.

Aunado a esa visión miope de mercado internacional, el Gobierno Chávez decidió imponer fuertes restricciones a las importaciones hacia Colombia bajo una figura que se llamó “certificado de demanda interna satisfecha”.

Según me explicó Russián, las empresas venezolanas no podían exportar a menos que demostraran que la demanda interna de su producto estaba cubierta del todo.

Colombia alcanzó a exportar hasta US$7.000 millones por año hacia Venezuela. Hoy en día esa cifra apenas llega a los US$700 millones tras el levantamiento del cierre de la frontera por parte de los gobiernos de Petro y de Maduro. Pero reestablecer la confianza, la cooperación y la productividad va a tomar años, tal vez décadas.

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Modelo repetido

Hoy en día, el Gobierno de Colombia liderado por el presidente Gustavo Petro ha generado un discurso que tiene aspectos copiados al del esquema del desaparecido Hugo Chávez.

Entre esos aspectos, asfixiar a las empresas de sectores particulares con más impuestos, negación de licencias o permisos de operación a empresas mineras, la no firma de nuevos contratos de exploración y explotación de petróleo y gas, entre otras.

Mientras eso pasa, Colombia no ha logrado en varias décadas tener un proceso real de industrialización de toda su economía y, por supuesto, seguimos siendo un país de exportación de materias primas sin valor agregado.

Entonces, se está generalizando desde el Gobierno Petro la idea de que hay que acabar con el petróleo, el gas y el carbón sin tener en cuenta cosas básicas como: no hay otra fuente de divisas, regalías, impuestos y empleo de semejante magnitud; el mundo seguirá demandando esos commodities durante varios años más; la falta de desarrollo de otros sectores no permite abandonar esas tres fuentes de ingresos; la transición energética no se puede dar matando unos sectores para recargarse en otros.

Otra de las cosas sistemáticas que está pasando en Colombia es que el Gobierno Petro aleja a los gremios de la discusión y de la toma de decisiones relevantes para el desarrollo empresarial.

Eso se ha visto, en especial, en los sectores de energía y servicios públicos en donde entidades de orden institucional como el Consejo de Estado y la Corte Constitucional han frenado decisiones arbitrarias tomadas de forma directa por el Gobierno.

Y ni hablar ahora de la idea de una Asamblea Constituyente lanzada por el presidente Petro, siguiendo el guión presentado hace 20 años por su homólogo Hugo Chávez y que fue otro de los pasos para desencadenar una pérdida de institucionalidad sin precedentes.

Ahogar a las empresas y no pagar las deudas

Otro de los ejemplos que relataron los empresarios es que la deuda del Gobierno venezolano con las aerolíneas que operaban en el pasado y que se fueron asciende a US$3.800 millones.

Entre esas aerolíneas están Avianca que aceptó volver sin que le fuera pagada dicha deuda que se acerca a los US$300 millones.

Los viajeros hacia islas del Caribe como Aruba llegaron a ver tarifas de hasta US$2.000 por persona lo que demostraba los problemas de oferta y de demanda, mientras que los empresarios de Venezuela con los que hablé aseguraron que la conexión aérea local desde y hacia Colombia es envidiable por la amplia oferta, los buenos precios y la alta demanda.

Sin embargo, Russián aseguró que los empresarios que hicieron negocios a nombre propio sí cumplieron con los pagos que tenían pendientes con sus aliados colombianos. Se demoraron por la coyuntura, pero pagaron.

Una situación similar está pasando en Colombia que se evidencia en el sector salud en donde las distintas entidades que forman parte de la cadena están siendo afectadas por la falta de pagos desde el Gobierno en medio de un proceso de negociación de la reforma al sector en el Congreso.

El mismo presidente de la Nueva EPS, que es una entidad pública, reconoció en días pasados que varias decisiones del Gobierno Petro están afectando las finanzas del sector. Esa EPS del sector público terminó el año pasado con pérdidas por $400.000 millones.

Otro ejemplo está pasando con los recursos de proyectos de gran magnitud en el sector de infraestructura 4G que estuvo amenazado porque desde el Gobierno se anunció la posibilidad de no girar los recursos comprometidos bajo el argumento de baja ejecución o de destino de los recursos hacia fiduciarias.

En una segunda parte de esta serie editorial, contaré mis impresiones de una Caracas que ebulle después de dos décadas de decadencia y que tiene gente maravillosa intentando renacer de las cenizas.

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